lunes, 4 de mayo de 2009

El fascismo alimenta la ola de inseguridad

Enviado por Carlos Ledesma

Escribe: Ricardo Forster
La escena es elocuente, vecinos indignados de Lanús y de Valentín Alsina se manifiestan contra otro asesinato cometido, en este caso, por un delincuente-niño de apenas 14 años. A partir de ese acontecimiento brutal e inapelable todo se desencadenó: una catarata mediática se hizo presente e inundó pantallas, radios y medios gráficos con las imágenes de la “indignación” que tuvieron, entre otros momentos espectaculares, la furiosa golpiza contra un fiscal, golpiza que fue atentamente registrada sin que mediara ni siquiera un gesto de conmiseración ante lo que le estaban haciendo al funcionario judicial. Se trataba, así fue relatado hasta el hartazgo por los medios, de un acto nacido de la indignación ante tanta inseguridad, era el producto de vecinos honestos que se expresaban de esa manera. Incluso en otra de las manifestaciones que se fueron sucediendo, entre espontáneas y preparadas, un joven levantó bien alto un cartel en el que, con letras pintadas en rojo sobre un fondo blanco, se podía leer: “Control de natalidad”. La frase es terrible y contundente. Dice sin mediaciones ni vergüenza aquello que busca definir el centro del problema: los pobres son demasiados y se reproducen como conejos. Hay que impedirlo, hay que cortar la cadena de la delincuencia desde el vientre materno, hay que actuar de prisa y eugenésicamente antes de que sea tarde y la abundancia de pobres multiplique la violencia de los delincuentes. Como aquel diario que dice representar a la opinión pública cuando denunció a aquellas mujeres pobres que buscan tener muchos hijos para lograr la ayuda social. Se sabe, ya no hay que ocultarlo en falsos giros del lenguaje, los pobres son el problema, entre ellos se forma la excrecencia social que amenaza la vida de los buenos y honestos vecinos. Entre violencia “espontánea” y giros eugenésicos se va perfilando una alquimia a la que no dejan de contribuir los cultores de la “sociedad del espectáculo”.A un intendente se le ocurrió construir un muro que arroje a los indigentes del otro lado, como desechos que son vertidos en las cloacas lejos, muy lejos de la vista de la gente laboriosa y decente. A este joven de clase media, más bien baja que alta, del Gran Buenos Aires, más radical y decidido exponente, sin saberlo, de un maltusianismo reaccionario y fascista, se le ocurrió proponer acabar con los pobres antes de que se atrevan siquiera a nacer. Control de natalidad. Que no nazcan más, que dejen de reproducirse. ¿Cómo se hará? ¿Capando a los hombres o esterilizando a las mujeres? ¿Se podrán utilizar, para tan loable acción sanitaria, los recursos del Estado, aquellos que provienen de las retenciones a la soja? ¿Sabrá el joven indignado que desde hace mucho tiempo que las derechas reaccionarias han venido agitando la ideología del eugenismo, esa que busca depurar y mejorar la raza eliminando a los portadores de genes no deseados? ¿Sabrá que los nazis llevaron adelante políticas eugenésicas para eliminar a los débiles mentales con argumentos científicamente legitimados? ¿Recordará, acaso y pese a su edad, las políticas de esterilización que llevaron adelante laboratorios norteamericanos entre las poblaciones aborígenes en distintas partes de América latina? O, si es algo más refinado y leyó otras experiencias que avalen su proyecto de control de la natalidad, podrá utilizar como argumentos las experiencias eugenésicas llevadas adelante con población negra en los Estados Unidos a comienzos de siglo XX o entre enfermos mentales y criminales por los suecos en la década del cincuenta.Seguramente la idea se le ocurrió sin necesidad de tanta erudición y respondiendo a un reclamo espontáneo y visceral, de esos que no necesitan de mediaciones racionales ni de sesudas explicaciones sino que responden a lo que podríamos denominar el “efecto De Angeli”, ese que elimina de un tajo cualquier atisbo de reflexión crítica para vomitar una frase brutal y simple pero dicha, como si fuera un dechado de virtudes, por aquellos que son presentados, por los medios de comunicación, como la quintaesencia de la “gente honesta y trabajadora”. Simple y brutal. Eliminemos a los pobres. Si ya viven arrojémoslos del otro lado del muro; si son adolescentes irrecuperables implementemos algún tipo de pena de muerte (¿creando escuadrones de “justicieros” tal vez inspirándose ahora no en suecos o en anglosajones sino en policías brasileños?); si no nacieron seamos inteligentes y, como los chinos, no dejemos que sigan reproduciéndose. Control de natalidad. Ya ni siquiera se trata de apelar a la filantropía o a las ONG que van por el mundo haciéndose cargo de los arrojados de la vida. La alternativa, ¿la “solución final” quizás?, es ahora más quirúrgica y contundente: impedir que sigan naciendo.Están sucediendo cosas demasiado graves en nuestro país. Algo huele mal en Dinamarca y el olor de un estofado nauseabundo va desplegándose entre nosotros sin que los grandes medios de comunicación siquiera lo pongan en cuestión o lo señalen con un dejo de preocupación. Todo lo contrario. Allí están las cámaras y los movileros con sus preguntas desquiciantes y reproductoras, como si fueran un eco multiplicador, de las voces del resentimiento que, naciendo del dolor, son utilizadas como nuevos lenguajes de la represión y de la violencia. La cámara que se regodea en la turba que casi lincha al fiscal remitiéndonos ya ni siquiera al far west sino a una lógica de la barbarie pero traducida como reacción “natural y genuina” de los vecinos indignados.A medida que la lógica de la inseguridad se instala como promesa de catástrofes inevitables y cotidianas; a medida que más cadáveres sean arrojados al centro impúdico del espectáculo mediático; a medida que se van crispando los ánimos y las palabras y los actos dejan de limitarse para pasar a la acción más simple y brutal, lo que se irá reproduciendo de manera exponencial es ese fascismo capilar que irá envolviendo al sentido común, pero no aquel de la Recoleta o el de los vecinos ricos de San Isidro, sino el de aquellos que están muy cerca de la línea que separa a los pobres de los indigentes, a los que tienen trabajo y una casa decente de los que viven en la intemperie o en esas villas laberínticas atravesadas por la miseria y el más profundo de los abandonos.Un núcleo duro de intolerancia y pedido de mano dura se irá desparramando desde esos suburbios oscuros en los que una guerra sorda astutamente convertida en lenguaje espectacular por los medios de comunicación hará confluir esas manos que levantaron el cartel de la infamia con la proliferación de una política que apela a la lógica de la derecha para enfrentar el grave problema de la inseguridad urbana. Un estofado nauseabundo cuyas especias principales huelen a fascismo del sentido común, del odio más visceral, aquel que hunde sus raíces en el horror del otro, del diferente, de aquel que se ha convertido en la única y verdadera amenaza. Los pobres, los que viven en esas urbanizaciones cloacales, son los responsables, el foco infeccioso que hay que combatir con los más diversos y sofisticados recursos. Pena de muerte y control de la natalidad. Balas y esterilización. Escuadrones de la muerte y doctores Mengele. ¿Hacia eso vamos? ¿Para eso servirán los mapas de la inseguridad, para delinear con un rojo sangre la criminalización definitiva de la pobreza?Fotos, frases, cámaras, golpes, gritos, insultos, todo está allí para trazar la imagen de un tiempo de clausura; de clausura de la democracia, del derecho a la vida, de la búsqueda de la reparación de aquello que fue destruido por los mismos que hoy se solazan con estos brotes de fascismo capilar y cotidiano. Los buitres de la derecha están sobrevolando el escenario listos para abalanzarse en picada y sin ninguna clemencia; listos para llevar adelante, una vez más, sus experimentos sociales; listos para multiplicar la lógica de la represión y de la violencia y para seguir arrojando a las cloacas carcelarias a aquellos que no han sido abortados directamente desde el vientre materno. Algo de todo esto, aunque ese joven no lo supiera, se guarda en ese cartel de la infamia que la cámara capturó como ejemplo de conducta ciudadana, republicana y virtuosa. Allí, nos dicen y nos muestran hasta el hartazgo los opinólogos y comunicadores profesionales, los que se ofrecen como dechado de virtudes democráticas, no hay violencia, de la misma manera que tampoco la hay en un sistema económico que ha ido multiplicando entre nosotros la concentración de la riqueza, la destrucción del trabajo y la distribución ya no de los panes sino de la miseria entre gran parte de nuestra población. Como decía el viejo Jean Paul Sartre: “La corrupción es el sistema”. El peligro que está ahí, entre nosotros, es que ahora a los pobres no sólo se los humille cada vez más acentuando sus carencias sino responsabilizándolos de los males que nos aquejan. Los fascismos históricamente se han nutrido de esta lógica y de este prejuicio. No lo subestimemos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Alfredo: Esta es una nota de Le Monde Diplomatic el prestigioso y socialista diario Frances como me parecio interesante tu nota te mando esto que da la razon
NO QUIERO VIVIR EN UNA SOCIEDAD AUTODESTRUCTIVA Y QUE TOSDOS LOS DIAS EL MIEDO ES PAN DE CASA DIA.
NARECA


Mayo 2009. Numero 163
Control social total
Por Ignacio Ramonet




"Siempre esos ojos que miraban, vigilantes, en el trabajo o comiendo, en casa o en la calle, en el baño o en la habitación, en vigilia o en el sueño: no había privacidad posible".
George Orwell, 1984 .




Ya nadie duda de que estamos todos vigilados, observados y fichados. En el paseo, en el mercado, en el autobús, en el banco, en el metro, en el estadio, en el aparcamiento, en las carreteras... alguien nos está mirando por el ojo de las nuevas cerraduras digitales. Múltiples mallas de vigilancia nos acosan por todo el planeta, la mirada penetrante de los satélites nos persigue desde el espacio, las pupilas silenciosas de las cámaras nos controlan por las calles, el sistema Echelon (1) inspecciona nuestras comunicaciones, y los chips RFID (2) revelan nuestro perfil de consumidor. Cada uso del ordenador, de Internet (Google, YouTube, MySpace...) o de la tarjeta de crédito deja huellas imborrables que delatan nuestra identidad, nuestra personalidad, nuestras inclinaciones. Se ha cumplido el viejo recelo de George Orwell que nos pareció, durante tanto tiempo, utópico o excesivamente paranoico (3).


Se ha roto el necesario equilibrio entre libertad y seguridad. Con la intención de proteger al conjunto de la sociedad, las autoridades, en nuestras modernas democracias, tienden hoy a ver en cada ciudadano a un virtual maleante. La guerra sin cuartel contra el terrorismo -preocupación dominante en el último decenio- ha procurado una impecable coartada moral y favorecido la acumulación de un impresionante arsenal legal (4) que está permitiendo llevar a cabo el proyecto de control social integral. Los "progresos" tecnológicos (informático y digital) también han ayudado y las autoridades tienen cada vez mejores herramientas para la vigilancia electrónica.
"Habrá menos privacidad, menos intimidad, pero mayor seguridad", nos dicen. Y en nombre de ese nuevo imperativo categórico, se ha instalado de modo progresivo e indoloro, un régimen de dominación que podemos calificar de "sociedad de control". Con la particularidad de que -a diferencia de las precedentes "sociedades disciplinarias" que confinaban a los rebeldes o descarriados en lugares cerrados (cárcel, reformatorio, manicomio)-, la sociedad de control encierra a los sospechosos (o sea, a casi todos los ciudadanos) al aire libre y los mantiene bajo acecho constante. A veces, mediante los aparatos-chivatos que libremente ellos mismos han adquirido: ordenadores, teléfonos móviles y otros dispositivos informáticos (tarjeta de crédito, agenda electrónica tipo Palm, billetes de transporte, GPS, etc.). Y otras veces, gracias al uso de sistemas discretos y emboscados que atisban los movimientos de cada persona, como los radares de carreteras o las cámaras de videovigilancia (5).
Éstas se han multiplicado hasta tal punto que, en el Reino Unido, por ejemplo, donde se han instalado más de cuatro millones de ellas (una por cada quince habitantes), una persona puede ser filmada hasta 300 veces al día... Las nuevas cámaras Gigapan, de ultra alta resolución (más de mil millones de píxeles) permiten, en una sola imagen y por un vertiginoso efecto de zoom, el fichaje biométrico del rostro de cada uno de los miles de espectadores presentes en un estadio, en una manifestación o en un mitin político (6).
Aunque los estudios serios demuestran la poca eficacia de la videovigilancia, la confianza en esta tecnología sigue en aumento. Aprovechando la paranoia antiterrorista que ellos mismos han creado, algunos gobiernos han constituido batallones de confidentes voluntarios civiles que informan de lo que oyen y ven a las autoridades. El Departamento de Justicia de Estados Unidos lanzó en 2002, bajo la presidencia de George W. Bush, la Operation Tips (Operación Soplos) para convertir en confidentes a más de un millón de trabajadores cuya particularidad era la de entrar en los hogares de la gente (fontaneros, antenistas, albañiles, electricistas, jardineros), que debían llamar a un número de teléfono de la policía si notaban algo sospechoso.
Pasar de una sociedad informada a una de informantes es el proyecto que acaba de lanzar la Asociación de Sherifs de frontera de Texas ( Texas Border Sheriff ‘s Coalition ) que ha colocado quince cámaras de videovigilancia a lo largo de la frontera con México en puntos aislados y estratégicos. Las cámaras están conectadas a Internet (www.blueservo.net) y cada ciudadano, a través del mundo, instalado en su casa frente a su ordenador, puede espiar las áreas desérticas texanas o las riberas del Río Grande. Si ve pasar a algún emigrante clandestino puede denunciarlo con un simple correo electrónico. Cerca de treinta millones de individuos, de diversos países, ya han aceptado la función de confidente voluntario de la policía de Texas para luchar contra la inmigración clandestina. Es fácil de imaginar que, con la agravación de la crisis económica actual y el brutal aumento de la xenofobia, si se instalase en Europa, a lo largo de las costas del Mediterráneo, un sistema semejante de cámaras de vigilancia, el número de espías civiles voluntarios sería sin duda importante.
Es una de las perversiones de la actual sociedad de control: desea convertir a los ciudadanos, a la vez, en vigilados y en vigilantes. Cada uno debe espiar a los demás, al tiempo que es él mismo espiado. O sea, en un marco democrático en el que cada individuo está convencido de vivir en la mayor libertad, la realización del objetivo represivo máximo de las sociedades totalitarias.



Notas:
(1) Sistema de espionaje planetario de las llamadas telefónicas y del correo electrónico, dependiente de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (NSA, por sus siglas en inglés).
(2) Identificación por radiofrecuencia.
(3) Orwell lo concibió, en 1948, para denunciar a la sociedad estalinista, en contraste con el Occidente "de democracia y libertad".
(4) La Ley de Videovigilancia aprobada en 1997 permitió, en España, la instalación en lugares públicos de cámaras de vigilancia "para velar por la seguridad ciudadana". Uno de los aspectos más criticados de esta Ley es que la mayoría de los ciudadanos ignora que están siendo filmados, algo que vulnera la Ley Orgánica de Protección de Datos (LOPD) de 1999.
(5) Léase Armand Mattelart, Un Mundo vigilado , Paidós, Barcelona, 2009.
(6) Véase, por ejemplo, la imagen de la toma de posesión del Presidente Barack H. Obama: http://gigapan.org/viewGigapanFullscreen.php?auth=033ef14483ee899496648c2b4b06233c Léase también, Carlos Martínez, "Todos fichados", Rebelión , 30 de marzo de 2009.






http://www.monde-diplomatique.es/