Eduardo tiene un kiosco; nunca pagó más de 500 pesos de luz.
Furioso macrista, colocó una bandera amarilla en su negocio para celebrar el
cambio. Tiene dos hijos y una esposa demandante. Es claramente conservador y
tradicionalista. Cree rigurosamente en un dios ajeno y aprendido. Desea un
“buen futuro para sus hijos”.
Nunca debate. Como a todo personaje de derecha, le sienta
bien decir que no le interesa la política para luego, lanzar una parrafada que
logra el entusiasmo de algún familiar, algún amigo y su esposa.
También afirma que de política no entiende nada, pero todos
sus comentarios son sobre política... predigerida.
No es racista, pero con los negros no va... Tampoco le
importa la vida de los otros, pero está seguro que la mayoría son putos; y las
minas son, casi todas, putas.
Los judíos se quieren quedar con la Patagonia, y los chinos
tienen un plan parecido. Colaboran con ellos Cristina, sus ministros y todos
los zurdos. De eso no le quedan dudas.
Macri no tiene nada que ver con su padre y, en sus animados
deseos, los colaboradores de De la Rúa ahora iban por otra cosa.
Primero fue la cuota del colegio, luego el alquiler y está
semana, la boleta de la luz por valor de 2800 pesos.
Aunque parece magia, ha entendido que eso de hacer un
esfuerzo por el “país que nos dejaron” no es real porque los sojeros y los
mineros no participan del mismo yugo.
Todo le cuesta unas cuatro veces más y ya no vende nada. Hoy
le aumentan la nafta otro 8% y sabe que el boleto mínimo llegará a 9 pesos.
Su bandera amarilla quedó escondida en un rincón que ni su
mujer puede recordar. Sus vecinos lo increpan en tono provinciano. Algún chófer
del 373 le grita: “Gringo... ¿qué querés con Macri?”. Ya no se defiende.
En mi mente instintiva batallan la burla, la venganza y la
civilidad mundana aprendida.
Pero no tiene sentido. Ahora su carne sabe que no importa
cuán rojo sea su cuello y cuán ario su rostro; para el Círculo Rojo, él es
negro y no pertenece. Para el Círculo Rojo, todo lo que excede sus fronteras es
negro, es esclavo, es menor...
Nunca nada fue tan claro, tan evidente, tan lógico; pero él
no la vio. La injusticia social es como el vino de los arrabales y como la
lejía de los lavanderos. Después de la borrachera hay un despertar y una
purificación. Ojalá esta sea la última vez.
(Por Guido Cicotti)
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