domingo, 15 de julio de 2012

Consenso y confrontación, por Hugo Presman




La idea del consenso político es una propuesta para adornar discursos vacíos y embellecer al que lo propone, para convertirlo en un adalid de una sociedad ideal en la que no existen intereses económicos contrapuestos, clases sociales, poder económico, medios que responden al establishment, monopolios, oligopolios, prejuicios raciales y religiosos, educación que acentúa las diferencias (sólo como una mera enunciación precaria de las profundas diferencias en el seno de las sociedades). La confrontación inherente al entramado social se acentúa cuando irrumpen gobiernos que con diferente profundidad tienden a cambiar el “orden establecido”. Si estamos en presencia de una revolución, habrá cambios que den vuelta como a una media lo existente hasta ese momento. Si somos contemporáneos de gobiernos populares, los mismos intentarán un desarrollo de las fuerzas productivas que fortalezca a una burguesía nacional intelectual y económicamente dependiente, distribuya parte de la riqueza nacional hacia abajo, controle y discipline al mercado y de lugar y participación a los sectores más rezagados de la sociedad. Los que pregonan el falso republicanismo, una democracia a la medida de sus intereses, se crispan, se enfurecen y esa crispación y enfurecimiento se lo atribuyen a los que intentan mejorar la distribución y afianzar  la soberanía del país. Se produce una transferencia en el lenguaje psicológico.
Los que proclaman la necesidad del diálogo se atrincheran en posiciones crecientemente violentas. Y los que intentan mejorar y hacer más equitativo el sistema económico y social, respaldado por las mayorías,  son acusados de polarizar a la sociedad. Arturo Jauretche lo expresaba, hace más de cinco décadas, con la profundidad que lo caracterizaba: “Los pueblos no odian, odian las minorías. Porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor”
CONSENSO Y CONFRONTACIÓN EN EL SIGLO XIX
El siglo XIX fue en América Latina el del fracaso en la consolidación de una gran nación latinoamericana y la derrota concluyó con el exilio o el asesinato de quienes lo propulsaron. Como bien escribió Jorge Abelardo Ramos “Somos un país porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos. Aquí se encierra nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá……no somos subdesarrollados porque estamos divididos, sino que estamos divididos porque somos subdesarrollados.”
En lo que hoy es nuestro país, con algunas importantes pérdidas territoriales, se libró una guerra civil a lo largo de seis décadas para determinar el destino de la renta nacional que pasaba en buena medida por la aduana del puerto de Buenos Aires. Los comerciantes de Buenos Aires representados en distintas épocas por Rivadavia y Mitre, y los hacendados de la Provincia de Buenos Aires, expresados por Rosas,  tendrían puntos en común: el disfrute de la renta y su no distribución con las provincias del norte, y conflictos colaterales con las provincias de la pampa húmeda como Santa Fe, Entre Ríos  y  Corrientes, por sus producciones similares.
Mientras que Rivadavia y Mitre intentaban arrasar el interior para poder implantar el modelo en el cual Argentina era el granero e Inglaterra el proveedor industrial, Rosas con un nacionalismo defensivo las protegía con la Ley de Aduanas de 1835 pero se quedaba con la renta del puerto.
La guerra se decidió en la batalla de Pavón, donde Urquiza abandonó el campo de batalla y le dejó el territorio libre a Mitre. A partir de ahí se consumó  una cacería de los caudillos provinciales como Vicente Peñaloza “el Chacho” y Felipe Varela. Y para cumplir los designios británicos en alianza con los comerciantes del Puerto de Montevideo y la nobleza portuguesa asentada en el Brasil, se perpetró el genocidio del país más desarrollado de entonces que era el Paraguay, que había implementado férreas políticas proteccionistas a contramano de las que se imponían en lo que hoy es nuestro país. Triunfaba así lo que en la historia oficial era la civilización. En términos actuales, el relato minimizaba la brutalidad de los ganadores y potenciaba la de los vencidos. Los primeros eran la civilización y los derrotados la barbarie. El discurso había concretado una trasposición invirtiendo los destinatarios y denominando “barbarie” a lo más cercano a un futuro integrador y desarrollado; y “civilización” a un enclave británico. Con esa historia nos educamos millones de argentinos, que ignorábamos una profunda frase del escritor británico  George Orwell: “Quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado.”
CONSENSO Y CONFRONTACIÓN EN EL SIGLO XX
La clase media nacería como el fruto no deseado del modelo de economía primaria exportadora, pero indispensable para la prestación de servicios de la colonia, integrada fundamentalmente con la inmigración promovida y cuya expresión política fue el yrigoyenismo. Para llegar a elecciones con voto universal limitado (sólo para hombres) y secreto, el caudillo de Balvanera recurrió desde la abstención electoral a los levantamientos armados. Cuando el régimen de los que se asumirían posteriormente como “republicanos” y predicadores del consenso, no pudieron contener la ebullición social y descomprimieron la situación  mediante el dictado de la Ley Sanz Peña que permitió en elecciones por primera vez limpias, que un movimiento popular en el siglo XX accediera a la Casa Rosada.
El otro fruto no deseado del modelo triunfante en las guerras civiles del siglo XIX,  fue la nueva clase trabajadora, nacida al calor de las medidas proteccionistas adoptadas ante las crisis, tales como la financiera de 1929,  o la derivada de la guerra mundial. Estaba constituida por los descendientes de los derrotados del siglo XIX.
Cuando despliegan su accionar los gobiernos populares,  las actitudes destituyentes pueden llegar al absurdo de acusar a Yrigoyen  de dictador y senil. Así el poder económico generó el consenso para su derrocamiento desplegando una acción golpista a través de los medios de entonces, desde Crítica a La Nación. Sectores de clase media y de la pequeña burguesía universitaria dieron la imagen y el calor de “apoyo popular” a la irrupción de los cadetes del Colegio Militar que consumaron el golpe el 6 de septiembre de 1930.

Cuando gobernó el primer peronismo, la profundidad de las reformas polarizó a la sociedad. Los perjudicados económicos se acordaron entonces del republicanismo, de la división de poderes, alertaron sobre la libertad de expresión en peligro o su desaparición, mientras llamaban al consenso denostando la  confrontación. Cuando todo ello resultó insuficiente, bombardearon Plaza de Mayo y cuando asumieron el poder para restablecer la “democracia conculcada”, proscribieron a las mayorías populares, fusilaron clandestinamente e impidieron pronunciar la palabra Perón. Se olvidaron del caballito de la confrontación e impusieron el consenso de las minorías.
CONSENSO Y CONFRONTACIÓN EN EL SIGLO XXI
Todo lo comentado anteriormente se ha reproducido con el kirchnerismo, ya en el siglo XXI.
Situación que se potenció con la presidencia de Cristina Fernández, a la cual se la insulta con adjetivos que en su momento padeció Evita.
Ante las importantes medidas adoptadas, se le ha imputado la polarización de la sociedad, la ausencia del necesario consenso para decidirlas, su espíritu confrontativo.
Resulta ridículo suponer que se puede consensuar con Clarín la ley de medios audiovisuales, con los bancos la estatización de las AFJP, con Bush el rechazo del ALCA, con Repsol la estatización del 51% de las acciones de YPF, con el poder financiero la reforma de la carta orgánica del Banco Central,  a mero título enunciativo.
Los “republicanos” que escriben en el diario La Nación cuyas hojas se han impreso con sangre de argentinos en lugar de tinta, sus colaboradores estrellas con un lejano pasado progresista,  los editorialistas de la “Tribuna de Doctrina”,  la iglesia, el peronismo residual con contenido menemista, el sector del radicalismo en transición hacia el PRO,  los partidos políticos que expresan a distintas corporaciones, los editorialistas de Clarín, los columnistas de Perfil, los macristas que ni siquiera coinciden en una causa nacional como Malvinas o son aliados del vicepresidente  paraguayo (que sucede al presidente  Lugo, derrocado en un vergonzoso golpe de estado), declaman un consenso y una unidad que detestan cuando enfrente están los sectores populares y un gobierno que los representa,  más allá de sus limitaciones y contradicciones.
“Los civilizadores” siempre tuvieron poder pero carecieron de los votos necesarios en nuestro país para llegar al gobierno en elecciones sin fraudes. Por eso durante muchas décadas recurrieron al brazo armado constituido por los militares. Hoy ese recurso está invalidado porque ha sido socialmente rechazado en función de lamentables experiencias históricas. Pero se usan otros recursos y métodos para iguales fines. Los medios gráficos, televisivos, radiales y las modernas redes sociales,   los sustituyen con eficacia esmerilando a los gobiernos populares a los que acusan de confrontación, corrupción, violación de la constitución, etc,etc. Hablan que los gobiernos elegidos, generalmente por importantes guarismos, son democráticos en el origen pero que desnaturalizan tal situación en el ejercicio de su mandato. Con esos argumentos desplazaron brutalmente a Zelaya en Honduras y con una trampa institucional a Lugo en Paraguay. Por eso el uso actual de la palabra confrontación tiene una carga explosiva de bomba con retardo. Y consenso es la promesa a futuro de los que nunca la han practicado sino como un acuerdo de las minorías de excluir a las mayorías. 
CONSENSO Y CONFRONTACIÓN 
El consenso sería posible si parte de la oposición política a los gobiernos populares se ubicaran del mismo lado y desde ahí expresaran sus críticas y sus propuestas. Si no menearan la confrontación que critican como mero subterfugio para defender el statu quo. Si el odio que transmiten no los delatara. Si no pusieran al descubierto muchas veces su vocación de súbditos de los poderes extranjeros y sus representantes locales. Si cuando son gobierno aplicaran lo que sólo recuerdan cuando hay olor a pueblo en Balcarce 50. Todo intento de transformación lleva implícito la confrontación. Incluye, obviamente, situaciones tensas, batallas verbales, rispideces extremas, manifestaciones y otros métodos de lucha, tanto de los que intentan avanzar como de aquellos que defienden con todo su arsenal de recursos sus situaciones privilegiadas.
Si se omiten estas cosas elementales de las sociedades de clases, es porque se es ingenuo o se está mintiendo. Para lo cual la falsificación de la historia es una política de la historia. Y el ocultamiento de ciertas evidencias de la realidad, una argucia para manipular el presente.

*Publicado en La Tecl@ Eñe www.lateclaene.blogspot.com

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