En parte de los ochenta y en todo los noventa, en América Latina accedió a los gobiernos de distintos países una generación que abrazó con diferentes grados de intensidad el neoliberalismo salvaje, se arrodilló ante el imperio, consideró que la caída del muro de Berlín era el fin de la historia y que las rodillas eran las mejores extremidades para caminar. En el trayecto histórico de los últimos 200 años, los noventa fueron en pleno siglo XX la derrota de las mayorías populares en mano de los herederos de los triunfadores del siglo XIX, los que derrotaron a Bolivar, San Martín, Sucre, O`Higgins, Miranda, los que asesinaron a Güemes, al Chacho y a Monteagudo, los que mandaron al exilio a José Gervasio Artigas, los que fusilaron a Morazán, a Antonio Conselheiro de la República de Canudos en Brasil a fines del siglo XIX, continuador de Joaquim José da Silva Xavier, apodado ‘Tiradentes; también fusilado; los que a principios del siglo XX mataron a Emiliano Zapata y más adelante a César Augusto Sandino, entre tantos otros.
El triunfo de la Revolución Cubana a fines de la década del cincuenta, originó una aplicación mecánica del método de la guerrilla, con prescindencia de la historia y las condiciones objetivas en cada país, lo que condujo a los diferentes grupos guerrilleros alentados desde la isla, a una sucesión de derrotas, con la única excepción de Nicaragua donde acceden al gobierno a través de las armas y luego se lo pierde electoralmente.
Algunos de aquellos combatientes que sobrevivieron después de pasar por la desaparición, las torturas y las cárceles, o que solo fueron simpatizantes, han accedido a los gobiernos en reemplazo de los neoliberales, en la primera década del siglo XXI. Junto a ellos, otros protagonistas originales escriben una historia que parece la concreción de un sueño engendrado desde las profundidades de la pesadilla noventista.
UNA GENERACIÓN AL GOBIERNO
El salto es enorme. Ya no está Sánchez de Losada en Bolivia. Hoy el gobierno está en manos de Evo Morales y sus transformaciones.
No está Carlos Andrés Pérez en Venezuela.
Está Hugo Chávez y su Revolución Bolivariana.
No está Jamil Mahuad y otros parecidos en Ecuador.
Está Rafael Correa y su nuevo enfoque de la deuda externa. No está Fernando Henrique Cardoso en Brasil quien archivó hace muchos años su teoría de la dependencia; y un obrero, el segundo en el mundo, de nombre Luis Ignacio da Silva (Lula), gobernó a Brasil durante 8 años con éxitos significativos y le cedió la posta a Dilma Rousseff. Ésta fue integrante en los setenta de un grupo guerrillero denominado Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares. A los 22 años fue presa y bárbaramente torturada. Igual que José Pepe Mujica, Tupamaro en su juventud en el Uruguay, 14 años preso en condiciones de dureza extrema. Ya no está Luis María Sanguinetti encubridor del terrorismo de estado en el Uruguay, contemporáneo de Fujimori en Perú y Salinas de Gortari en Méjico. En Chile pasó por la presidencia Michelle Bachelet torturada y con su padre desparecido.
En Argentina ya no está Carlos Menem sino Cristina Fernández, que junto a Néstor Kirchner fueron dos militantes de la generación que acunó sus sueños en los primeros años de los setenta. Esos sueños a los que se refirió Dilma al asumir: “Soñar es avanzar para romper los límites de lo posible”. En la línea de lo que dijo Néstor Kirchner al asumir: “No dejaré mis convicciones en la puerta de la casa de gobierno”.
Rousseff, Bachelet, Mujica, fueron derrotados en la década de los setenta y pagaron duramente sus fracasos. Se reconvirtieron, buscaron a través de partidos políticos y de políticas de masas, su acceso al gobierno.
En la Argentina, integrantes de las organizaciones guerrilleras ocupan cargos en el gobierno nacional y en muchos de los provinciales. Sin embargo, sus jefes máximos, los que sobrevivieron a la gigantesca derrota no gozaron ni gozan, de ninguna consideración popular.
Enrique Gorriarán Merlo, años antes de morir, protagonizó en democracia un demencial asalto al cuartel de la Tablada.
Mario Firmenich, después de entregarse en Brasil y pasar 7 años en la cárcel en la Argentina, fue indultado por Carlos Menem y no pudo volver a insertarse en la vida política, sufriendo un clima hostil que lo llevó a radicarse en España donde realizó un doctorado en economía.
Lo que puede apreciarse, mucho más allá de las expresiones diplomáticas, es el profundo cariño, respeto y confianza que vincula a Chávez, Lula, Evo, Correa, Cristina Fernández, que se exteriorizó en múltiples ocasiones y en las muestras de dolor a la muerte de Néstor Kirchner.
Hay una idea latinoamericanista que recoge el legado de los libertadores del siglo XIX.
Shakespeare tenía razón cuando sostenía que “la oscuridad más profunda es la que precede al amanecer.” Con limitaciones, con contradicciones, con avances y retrocesos, la generación que arribó al gobierno en los últimos años y lucha por acceder al poder, intenta revertir la desazón del gran Bolívar: “He arado en el mar”.
Parecen encaminarse en consonancia con las que pronunció Artigas, poco antes de morir: “Amanece, ensíllenme el caballo”.
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Lamentable Comentario
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