Todo pasa y todo queda dice un
poeta Catalán
La vida con sus vicisitudes
desde chico y como todo cristiano, la tuve que enfrentar con la cajita de
herramientas que fui completando desde mis primeros pasos en la casa de mis
padres, después se agregó la escuela primaria y los primeros inicios de salida
a la vereda del barrio. Todos mundos complementarios que me ayudaron a nutrirme
de herramientas producto de los aprendizajes forzados que a toda persona en
situación propone la vida.
En ese hacer y hacerse se fue
forjando mi personalidad, mi carácter, mis valores, mis miedos y las que nunca
faltan mis carencias.
Sobre alguna de esta y la
herramienta que más me ayudo es sobre la que quiero hablar.
Ese torbellino de aprendizajes
familiares, escolares, barriales, conformaron junto con mis características
genéticas, a un niño luego adolescente, padre de familia, hombre de trabajo, en
un tipo con escasa capacidades de vincularse socialmente ( complejos, timidez,
miedos del encuentro con el otro, etc).
Fue la pelota de goma(la
Pulpo) y alguna pelota de cuero que con la primera patada se ovalaba, el objeto
que me permitió mantenerme y ganarme un espacio en mis relaciones vinculares.
Eso empezó tal ve antes de los 8 años hasta el presente ya viendo de cerca los
54.
Los partidos de los sábados en
las bocacalles de Piñeiro,( Avellaneda) y esa capacidad (para nada Maradoniana
)de resolver en la cancha con la pelota en los pies, me fueron abriendo
espacios de pertenencia que de otra manera no hubiese tenido. En la secundaria,
en la colimaba, en el trabajo, en mi segundo
barrio (Turdera) cuando me casé ya hace casi 30 años. Fue siempre la pelota la
que me ayudo a relacionarme más allá de la formalidad que dan los roles fijos
que se van asumiendo en la vida
Será
por eso que cuando el médico me dijo que
por una hernia y media de disco, debía dejar
de jugar, tuve ganas de llorar como un pibe, tal vez porque es lo poco de pibe
que aún me habita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario