jueves, 9 de junio de 2011

"Ellos lo fusilaron, yo me lo llevé en el corazón"

"Ellos lo fusilaron, yo me lo llevé en el corazón"
En junio de 1956, Susana es una adolescente de 17 años. Esa noche, le permiten ver a su padre durante unos instantes en el patio gris de la Penitenciaría Nacional. Mientras ella llora, lo ve llegar erguido, "entero y sonriente", rodeado por un grupo de Infantería de Marina que lleva puestos cascos de acero y porta ametralladoras. Los soldados parecen más asustados que el oficial que va a morir en veinte minutos más.
Las autoridades los dejan conversar unos minutos en una sala fría, custodiados por los infantes armados. El general se sienta en una silla y ella se coloca en sus rodillas. En un cuarto contiguo, un enfermero militar tiene preparados dos chalecos de fuerza por si el padre y la hija sufren un choque emocional. Ellos no dan muestras de ningún quebranto, pero algunos de los jóvenes custodios están a punto de desmayarse y otros deben ser retirados de la sala, víctimas de crisis nerviosas.
Valle le explica a Susana por qué decidió no asilarse en una embajada y entregarse:
"¿Cómo podría mirar con honor a la cara de las esposas y madres de mis soldados asesinados? Yo no soy un revolucionario de café". Antes de enfrentar el pelotón, el oficial tiene varios gestos. Renuncia al ejército, pide ser fusilado de civil y rechaza al confesor que le han asignado, Iñaki de Aspiazu, por ser capellán militar. En su lugar, solicita la presencia de monseñor Devoto, el popular obispo de Goya.
Cuando Devoto llega, comienza a sollozar emocionado. Valle bromea: "Ustedes son todos unos macaneadores. ¿No están proclamando que la otra vida es mejor?". Y a su hija, que tiene las mejillas llenas de lágrimas, le dice: "Si vas a llorar, andáte, porque esto no es tan grave como vos suponés; vos te vas a quedar en este mundo y yo ya no tengo más problemas".
Mucho tiempo más tarde, Susana recordará otros detalles. Estaba sentada en las rodillas del general, con sus manos entrelazadas y, a pesar de que ella no fumaba en su presencia, su padre le pidió un cigarrillo. "También recuerdo la temperatura de sus manos: no era ni fría ni caliente; estaba absolutamente normal. Papá estaba convencido de lo que iba a hacer".
Un oficial dijo: "Ya es hora". Valle se quitó el anillo que llevaba y lo colocó amorosamente en manos de la muchacha. También le entregó algunas cartas: una dirigida a Aramburu, otra para "el pueblo argentino" y otra "para abuela, mamá y para mí". Le dio un abrazo, la besó y, aún más tranquilo que antes, se fue a paso firme por un largo pasillo después de hacer un despreocupado ademán de despedida. Sus custodios, en cambio, marchaban en forma vacilante, con las rodillas a punto de doblarse.
"Uno de los soldaditos salió de la fila y se me prendió llorando: "Te juro que yo no lo mato". A ese chico lo tuvieron que retirar con un ataque de nervios", relata Susana. "Después, me fui. Ellos lo fusilaron, yo me lo llevé en el corazón". Al día siguiente, un lacónico comunicado oficial informó: "Fue ejecutado el ex general Juan José Valle, cabecilla del movimiento terrorista sofocado".



Fuente: Juan del Sur

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