En América
Latina en general y en Argentina en particular, las transiciones democráticas
han sido una constante, dado que se han repetido en distintos periodos. Regímenes
autoritarios, transiciones democráticas, democracias, crisis y nuevos regímenes
autoritarios han sido el modelo histórico que predominó.
Atribuir
esos cambios cíclicos solo a los
militares que han sido los que por la fuerza asumían el rol activo de
interrumpir el proceso de consolidación democrática, es quedarse a mitad de
camino en la interpretación. Los militares como grupo de presión han sido uno
de los actores; otros han sido los grupos de interés con mucha capacidad para
transformarse en grupos de presión, por ser los dueños de los medios de
producción, por contar con muchos recursos económicos y por sus alianzas
nacionales y transnacionales. Esa asociación política, económica, ideológica y
armada, permanentemente fue un obstáculo para que la Democracia se consolide.
Históricamente
las transiciones se inician cuando un régimen autoritario comienza a conceder
algunas libertades civiles como el de ejercer demandas y protestas contra el
régimen sin ejercer brutal represión. Siguen cuando se amplían las libertades
civiles, llegándose a la realización de elecciones libres, con voto universal y
el funcionamiento de un gobierno elegido por el pueblo con el funcionamiento de
todas las instituciones formales.
Alcanzado este
estadio formal de gobierno democrático, el gran desafío comienza a ser su
consolidación. Para lograrlo no alcanza con convencer a los militares que su
rol debe entenderse como una institución al servicio de la Democracia, la
sociedad en su conjunto debe convencerse que es la Democracia, aunque
imperfecta, es la forma de gobierno que está en mejores condiciones de
satisfacer las demandas sociales que se generan producto de la interacción, es
decir corregir las inequidades que inevitablemente se generan.
El avance de los
procesos democráticos en la equiparación de derechos postergados para algunos
sectores de la sociedad, puede y de hecho producen reacciones en otros grupos
que sienten afectados sus intereses y llegado ese momento, no renuevan o no
demuestran su real compromiso democrático. Comienzan a ejercer presiones
sectoriales que atentan contra la consolidación democrática.
En la
actualidad, los golpes ya no se dan por intermedio del brazo armado militar,
hoy vemos como en América Latina y dentro de las instituciones democráticas se
crean las condiciones políticas y sociales para propiciarlos. Los medios
masivos de comunicación pasaron a tener un rol mucho más activo que antes, su
alcance y penetración social los hacen en gran medida formadores de
subjetividad social y de esa manera buscan darle legitimidad al cambio de rumbo
que se le quiere imprimir al gobierno. Esta nueva modalidad o dispositivo la
podríamos incluir dentro de lo que se denomina neogolpismo.
El surgimiento
de movimientos sociales que interpreten estas realidades históricas y cuestionen
los nuevos dispositivos antidemocráticos puede ser el contrapeso social
necesario para la consolidación democrática.
En definitiva,
aunque consolidada, la Democracia siempre se verá amenazada por esa tensión
natural de los distintos grupos de presión social y de su real compromiso
democrático.
Cuando la
sociedad madure, acepte las tensiones, pero no dude de los beneficios de la
vida en Democracia, podremos decir que el golpismo en sus diferentes maneras,
ha sido una historia superada.
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