Desde su muerte se ha escrito mucho sobre Eva Perón. No pocos
autores se han dedicado a subestimarla, a estudiarla como un fenómeno
folklórico, como ocurre con las tradiciones y los mitos populares.
Porque la historia del poder tiene una especie de fascinación por
convertir a los protagonistas del lado popular de la historia en
“mitos”, desvalorizándolos y arrojando desde ese rótulo sospechas sobre
sus verdaderas ideas y acciones. No ocurre lo mismo, para dar un solo
ejemplo, con el general de La Nación, Bartolomé Mitre, general mítico
que no ganó en su vida una sola batalla. Pero, más allá y por encima de
la voluntad de sus enemigos, Evita fue un sujeto político y compartió
con Perón el liderazgo carismático del peronismo, demostró una gran
capacidad de conducción y construcción política, llegando a manejar dos
de las tres ramas del movimiento: la femenina y la sindical. A esta
influencia decisiva se sumó su tarea social en la fundación, que la
ubicó definitivamente en los sentimientos y en las razones de sus
descamisados, llegando con su obra y también con su proselitismo hasta
los últimos rincones del país.
Contra ese poder innovador y disruptivo construido por Evita con el
imprescindible aval de Perón, fue que se alzaron las voces de sus
enemigos más peligrosos, que le dejaban al resto de los opositores las
críticas por su pasado de actriz, sus modos, su lujosa vestimenta y su
“insolencia”. Advertían el peligro que para sus intereses representaba
“esa mujer” que no se detenía ante nada y no confiaban en que Perón
pudiera convertirse en su barrera de contención en la medida en que le
fuera útil a su proyecto político y no intentara volar más alto que él.
La historia liberal clásica, devenida últimamente en la
autodenominada “historia social”, ni siquiera hace el esfuerzo por
comprender históricamente al peronismo, sino que lo estudia como un
“fenómeno” al que intenta escamotear o disimular en sus libros como
parte del proceso de los “populismos latinoamericanos”. Comprender no
quiere decir justificar, sino exactamente entender la complejidad de un
período que cambió la historia y atravesó la producción política
contemporánea. Se parte en esos textos de una ajenidad aparentemente
dada por la pertenencia al campo intelectual y a partir de allí se
procede a juzgar aquel proceso como una anormalidad institucional y
social. En cambio, a las etapas anteriores se las estudia
indulgentemente desde la perspectiva de la historia institucional,
pasando por alto el fraude, la miseria, la marginación y la represión de
esos períodos modélicos que se rescatan acríticamente; así ocurre con
la Argentina de 1910, puesta como ejemplo de épocas añoradas durante los
debates del bicentenario por los más eminentes representantes actuales
de la llamada “historia social”. Esa indulgencia con el modelo liberal
agroexportador triunfante en 1910, que excluía, según las estadísticas
oficiales, a más de la mitad de la población, que vivía en la miseria,
se vuelve aguda crítica frente al peronismo y sus protagonistas en
general y a Eva Perón en particular. Se la ve, en el mejor de los casos,
como un emergente, como un producto de Perón, fanatizado e incapaz de
producir política.
Se hace imprescindible tratar a Evita como a un sujeto político y
han aparecido algunas obras, elogiosas o críticas de su trayectoria, en
las que ya aparece algo fundamental: el protagonismo político de Evita,
su capacidad de conducción y de elaboración política, la mayoría de las
veces complementaria de la de Perón, pero a veces voluntariamente y
otras involuntariamente, en competencia con el líder.
El odio de sus encarnizados enemigos la sobrevivió. Dinamitaron el
lugar donde murió para evitar que se convirtiera en un sitio de culto,
prohibieron su foto, su nombre y su voz, pasaron con sus tanques por las
casitas de la Ciudad Infantil hasta convertirla en ruinas, abandonaron
la construcción del hospital de niños más grande de América porque
llevaría su nombre, echaron a los ancianos de los hogares modelo,
quemaron hasta las frazadas de la fundación, destrozaron pulmotores
porque tenían el escudo con su cara, secuestraron e hicieron desaparecer
su cuerpo por 16 años. Pero como sospechaban los autores de tanta
barbarie, todo fue inútil.
* Historiador, autor de Evita. Jirones de su vida.
“Por encima de la voluntad de sus enemigos, Evita fue
un sujeto político y compartió con Perón
el liderazgo carismático del peronismo.”
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