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Para la inmensa mayoría de los argentinos, ayer fue 8 de noviembre, el décimo 8 de noviembre desde que se inauguró en el país un formidable proceso de ampliación de derechos y de constantes avances en el rumbo hacia una sociedad si no enteramente justa, sí más equitativa y democrática que aquella en la que vivíamos hasta 2003. Una minoría, por ruidosa y chillona que sea, sobre todo en los barrios
más acomodados de la ciudad de Buenos Aires, lo llama 8N, una denominación extraña y carente de significado que habla de una oposición errática y espasmódica, sin otro proyecto político que el resentimiento ante los cambios a los que cada sector resiste por sus propios intereses y prejuicios.
Quienes acaudillaron la protesta, hecha de cacerolas y bocinas, son claramente identificables como los personeros del privilegio, del atraso, del sálvese quien pueda, del primero yo. Se trata de quienes repudian el castigo de los represores del terrorismo de Estado, de quienes anteponen los beneficios del capital financiero al bienestar de la clase trabajadora, de quienes desprecian la voluntad popular, de quienes han servido siempre los intereses de los poderosos, de los poderosos mismos. Los que pusieron el número en las calles, claro está, son los dueños de las pequeñas conciencias que miden el progreso según la cantidad de dólares con los que pueden especular, que llaman democracia al gobierno de los grupos económicos, y libertad a la posibilidad de explotar a su gusto, y en negro, a los más débiles. Las apelaciones en contra de un presunto autoritarismo se desmienten por sí mismas. No se trata de desestimar las protestas, sino de ponerlas en su contexto, y de adjudicarles su auténtico valor. Los medios masivos, a los que no vale la pena desenmascarar porque ya han sido desenmascarados hasta el cansancio, siguen ejerciendo su discurso hegemónico. Y ya sabemos cuánto poder tienen en las sociedades contemporáneas, con su bombardeo de falsedades. La posibilidad cierta de la aplicación de la Ley de Medios, un ejemplo de norma democrática por su contenido y por su elaboración, explica parte de la virulencia agitativa. Los defensores del progreso social y los millones de trabajadores que integran el proyecto nacional, popular y democrático que encabeza Cristina Fernández de Kirchner siguen y seguirán militando por la transformación de nuestro país. No hay 8N que lo pueda impedir.
Quienes acaudillaron la protesta, hecha de cacerolas y bocinas, son claramente identificables como los personeros del privilegio, del atraso, del sálvese quien pueda, del primero yo. Se trata de quienes repudian el castigo de los represores del terrorismo de Estado, de quienes anteponen los beneficios del capital financiero al bienestar de la clase trabajadora, de quienes desprecian la voluntad popular, de quienes han servido siempre los intereses de los poderosos, de los poderosos mismos. Los que pusieron el número en las calles, claro está, son los dueños de las pequeñas conciencias que miden el progreso según la cantidad de dólares con los que pueden especular, que llaman democracia al gobierno de los grupos económicos, y libertad a la posibilidad de explotar a su gusto, y en negro, a los más débiles. Las apelaciones en contra de un presunto autoritarismo se desmienten por sí mismas. No se trata de desestimar las protestas, sino de ponerlas en su contexto, y de adjudicarles su auténtico valor. Los medios masivos, a los que no vale la pena desenmascarar porque ya han sido desenmascarados hasta el cansancio, siguen ejerciendo su discurso hegemónico. Y ya sabemos cuánto poder tienen en las sociedades contemporáneas, con su bombardeo de falsedades. La posibilidad cierta de la aplicación de la Ley de Medios, un ejemplo de norma democrática por su contenido y por su elaboración, explica parte de la virulencia agitativa. Los defensores del progreso social y los millones de trabajadores que integran el proyecto nacional, popular y democrático que encabeza Cristina Fernández de Kirchner siguen y seguirán militando por la transformación de nuestro país. No hay 8N que lo pueda impedir.
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"Asesorarse con los técnicos del Fondo Monetario Internacional es lo mismo que ir al almacén con el manual del comprador, escrito por el almacenero", Arturo Jauretche
"Las cuestiones de economía son muy sencillas. Para comprenderlas sólo hay que saber sumar y restar. Si usted no las entiende, pida que se las expliquen otra vez. Si a la tercera sigue sin entenderlas, es que lo están robando", Raúl Scalabrini Ortiz
1 comentario:
Muy de acuerdo.
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