Doscientas mil personas son actualmente los dueños, según un banco suizo, de casi la mitad del producto bruto mundial; el 50 por ciento, 3500 millones de personas, tienen sólo el uno por ciento. Mientras el uno por ciento más rico ganó en 2013 1746 millones de dólares promedio cada uno, los pobres recibieron menos de 1000. Tienen insuficiencias alimentarias, viven en tugurios lóbregos, carecen de agua potable, no tienen instalaciones sanitarias; los niños tienen que trabajar desde muy pequeños y la gran mayoría deserta de la escuela.
Las desigualdades resultan de determinadas políticas. Hay políticas que las aumentan y otras que las reducen. Los ciudadanos de América latina lo saben muy bien. Durante las dictaduras militares y los ’80 y ’90, en donde primaron los modelos económicos ortodoxos, vieron cómo aumentaban y hacían crecer la pobreza.Se ha intentado legitimar el aumento de las desigualdades mediante paradigmas para los cuales son “inevitables para el progreso” o “sólo una etapa transitoria mientras se produzca el derrame”, y “atacarlas generaría el caos”.
No importa que la realidad haya desmentido dichos paradigmas, ha habido un “negacionismo sistemático” de las evidencias en contrario.
Los latinoamericanos vivieron sus efectos y por eso reclamaron en todo el continente, por diversas vías, economías que dieran respuestas colectivas y redujeran efectivamente la pobreza y las desigualdades. Se pusieron en marcha y, si bien falta mucho, las cifras cambiaron. La pobreza bajó de más del 40 por ciento al 28 para toda la región, mucho menos en algunos países. En ellos –como entre otros Argentina, Brasil, Uruguay– millones de personas salieron de la pobreza y se ampliaron las clases medias.
No “llovió inclusión”, sino que hubo reformas sociales profundas apoyadas por la mayoría de la ciudadanía, que significaron ingresar en otro paradigma diferente del pregonado por el uno por ciento más rico.
Por debajo de los grandes debates sobre políticas, hay hoy una confrontación silenciosa de paradigmas.
Así, entre otros aspectos, para el paradigma dominante en los ’90, que seguía puntillosamente el llamado consenso de Washington sobre cómo debía conducirse una economía, la pobreza era en definitiva parte de la historia. “Pobres hubo y habrá siempre”, decían algunos de sus líderes, a pesar de que no debería haberlos en una América latina que, además de un subsuelo inmensamente dotado de materias primas estratégicas, tenía la tercera parte de la superficie disponible para el cultivo sustentable y la mayor proporción de recursos hídricos renovables del mundo. Para la ortodoxia es inadmisible que haya crecido el gasto público en la región en la ultima década, más allá de que ello significó acercarse a lo que representa en los países más de-sarrollados y a que la mayor parte del crecimiento fue en inversión social, central para reducir la desigualdad.
El paradigma que propugna políticas de recorte profundo del gasto público enfatiza a voz en cuello cuánto va a significar ello en ahorro de recursos y reducción de déficit que “tranquilizará a los acreedores”, pero no es nada transparente respecto de los costos que ello representa para la vida diaria de la gente.
Estudios sobre Italia, España y Grecia encontraron que el aumento del desempleo al que contribuyó la receta de retracción del gasto público incidió en un aumento de la tasa de suicidios en los tres países.
Las obras incluidas en la Colección Cuestionando Paradigmas, que Página/12 publicará a partir del domingo, están dedicadas a confrontar paradigmas que se presentan con frecuencia como la “verdad infalible” frente a la cual toda pretensión de crítica sería anacrónica y técnicamente inaceptable.
No les interesa discutir evidencias, están mucho más confortables en la mera discusión sobre dogmas.
Tratan de que el debate permanezca siempre en los términos que lo plantean como “esto es una elección entre la libertad, el libre mercado o el populismo”, “la pobreza se combate con crecimiento, no con programas sociales”, “los programas sociales son asistencialismo”.
Se ven en dificultades serias cuando se les cambia el marco del debate. “La elección es entre economía para unos pocos o economía inclusiva”, “debe promoverse el crecimiento, pero no basta para eliminar la pobreza”, “los programas sociales participativos, y con buena gerencia social, empoderan a las comunidades pobres”.
Pero, sobre todo, tratan de eludir toda discusión ética seria sobre los resultados finales de lo que se está proponiendo. La ética “fastidia” a la economía ortodoxa. Trae mucho “ruido”, con su énfasis en los “muertos y heridos” que deja a diario en el camino. Para que no moleste se presenta a la economía como una cuestión “puramente técnica”.
Las políticas públicas cambiaron en muchos países de América latina, pero los cambios culturales son mas difíciles de hacer y más lentos. Los paradigmas ortodoxos siguen muy vigentes, desconociendo la crisis mundial de 2008/9 que mostró sus insuficiencias estructurales, negando sus causas, relativizando los niveles de desigualdad y pobreza y diseminando a diario estereotipos, prejuicios, mitos y falacias sobre los pobres y las políticas de cambio.
Parte de la lucha por construir países para todos pasa por “dejar al rey desnudo”, confrontando con hechos concretos las lógicas subyacentes en las doctrinas “infalibles” en que se ha tratado de inculcar en los ciudadanos en las últimas décadas.
La colección que empieza este domingo se dedica a hacer esa tarea de crítica desmistificadora, al mismo tiempo que a presentar, como siempre lo he hecho en toda mi trayectoria, experiencias y propuestas alternativas.
En la primera obra se introduce la presencia de Los parias de la Tierra; en la segunda se muestra Una lectura diferente de la economía; en la tercera, Discutiendo lógicas, se reexploran temas claves; en la cuarta, Otra economía es posible, se indaga sobre su perfil y, en la última, se trabaja sobre Herramientas para construir una economía con rostro humano.
Es posible salir del “túnel de la desigualdad y la pobreza” en que está atrapado gran parte del género humano. No es un destino irremisible de la historia. Pero para avanzar hacia una libertad real, en donde libres de pobreza los seres humanos puedan desarrollar sus capacidades a plenitud, es imprescindible librar la lucha por el conocimiento de la realidad. Ese conocimiento fue casi condenado a la “clandestinidad” por el paradigma ortodoxo. Es necesario recuperarlo.
* Gran Maestro de la UBA. Presidente de la Red Latinoamericana de Universidades por el Emprendedurismo Social. Este artículo está basado en la Introducción a la Colección Bernardo Kliksberg, Cuestionando Paradigmas, que Página/12 publicará a partir del próximo domingo.
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