sábado, 12 de abril de 2014

Rodolfo Walsh - Carta abierta de un escritor a la Junta Militar

La carta que siempre estará presente


Memoria y Justicia siempre

Mirarse al espejo

Por Osvaldo Bayer
Un tema bien argentino: las villas de “emergencia” de acuerdo con el idioma oficial, o “miseria”, como las bautizó el idioma popular. Las villas “Miseria”, con mayúscula. Están pasando cosas que una democracia no puede aceptar. Aquí, en plena Ciudad “Autónoma” de Buenos Aires. Ha ocurrido un hecho que no puede ni debe silenciarse. Un suceso que llena de pena y hasta desesperación en todo ser con un mínimo de sentido de solidaridad social. Sucedió en el barrio San Martín de la Villa 31 de Retiro. Allí, Luis Alberto Ledesma Ruiz, de 29 años, murió pegado a un poste metálico que debía ser cambiado por uno de madera por el gobierno municipal de Mauricio Macri. En eso, la jueza Elena Liberatori había sido bien clara. Firmó dos medidas cautelares por las cuales el Gobierno de la Ciudad debía cambiar el tendido eléctrico en el que los postes de metal debían cambiarse por otros de madera, ya que se “encontraban amenazando el derecho a la vida” de los vecinos del barrio mencionado. Pero las obras del tendido eléctrico, que habían comenzado a fines del pasado año, se interrumpieron en el verano. Algo increíble, que no encuentra explicación. El cambio de postes nunca se inició y el Gobierno de la Ciudad informó que esa tarea no se hacía “porque no se consideraba necesario”, más allá del fallo que obligaba al gobierno comunal. El fallo de junio del año pasado, expediente No. A 277-201310, “Bravo Francia, José Manuel y otros C/GCBA s/amparo” dice que “resulta elocuente ordenar expresamente la confección de un plan de obras para disminuir el riesgo eléctrico en el barrio San Martín realizando las reparaciones urgentes que resulten necesarias. En particular realizar en forma urgente el recambio de los postes metálicos por postes de madera y provisión de alumbrado público básico”.
La muerte de Luis Alberto Ledesma Ruiz, electrocutado, fue denunciada de inmediato por los vecinos a la defensora Cecilia González de los Santos, quien llevó a cabo la presentación judicial. La investigación fue iniciada por la Fiscalía Nacional en lo Criminal Nº 4. El 4 de abril pasado, la Agrupación de la Villa 31 Los Invisibles se presentó ante la Fiscalía por la falta de cumplimiento del deber por las autoridades de la Ciudad acompañando copias de los fallos de la Justicia. Dice el escrito: “Los Invisibles afirmamos que la soberbia de las autoridades, su falta de respeto hacia los derechos de los sectores populares y del cumplimiento de obligaciones republicanas hacen responsables a los funcionarios macristas que debían cumplir la orden de la jueza”. Y agregaban: “En estos tiempos en que los medios estigmatizan a los pibes de nuestros barrios, nos preguntamos: ¿Es justo que nuestros vecinos jóvenes mueran electrocutados, pegados a los postes de luz? ¿Es justo que nadie se indigne porque un gobierno municipal no cumpla un fallo de la Justicia y provoque así una muerte? ¿No importan nuestras muertes, la de los pibes pobres, por desidia de las autoridades locales? Exigimos que el Gobierno de la Ciudad asuma la responsabilidad civil y penal por el caso de nuestro vecino Luis Alberto y el urgente cumplimiento del fallo judicial para evitar más muertes invisibles”.
Otro hecho que sirve de referencia a este más que injusto episodio: el incendio de la ex Villa Cartón, acaecido el 8 de febrero del 2007. Debajo de la autopista 7, a la altura de Avenida Roca y Lacarra. Allí vivían 468 familias, la mayoría de ellas perdió sus viviendas a raíz del material inflamable con que fueron construidas. El incendio fue intencional. Ya antes, los pobladores habían denunciado que en numerosas ocasiones desconocidos arrojaban madejas de lana encendidas. Esto ponía de relieve la constante estigmatización del asentamiento cuando era notoria la crisis habitacional que existe en la Capital.
A partir de semejante injusticia se inició el interminable trajín de las familias para encontrar una vivienda. Y como siempre ocurre, las que tenían más hijos y ancianos aceptaron ser llevados en forma temporal al Parque Roca. Ante esta realidad, la Legislatura también tomó parte para tratar de solucionar este grave problema. Así es que dictó la ley 1987 modificada por la ley 2271. En la misma se garantizaba viviendas a todas las familias de la ex Villa Cartón. Con la esperanza de que se aplicara dicha ley, esas familias se refugiaron en el Centro de Evacuados. Allí sufrieron hacinamiento y contaminación, sin tener acceso a servicios básicos. Esto provocó la muerte de un bebé de cuatro meses, a más de otros problemas graves. Fue entonces que el juez Gallardo dictaminó el inmediato desalojo del Centro de Evacuados. Además, se les dio a las familias un subsidio habitacional hasta que se les otorgara una vivienda.
Pero sólo el 15/7/2010 y el 14/10/2011 se les entregaron viviendas en el complejo habitacional construido en Castañares y General Paz. Pero se dejó afuera a 192 familias, las cuales siguen a la espera y viven como pueden. El problema empeoró porque ese complejo de Castañares y General Paz tiene que ser compartido con las familias que deben ser reubicadas de la Cuenca del Riachuelo por una disposición de la Corte Suprema. Esto demuestra el déficit habitacional que ha crecido durante el gobierno de Macri, gestión en la cual hubo una casi nula construcción de viviendas.
Realidades porteñas. Es necesario decir basta y comenzar a solucionar este problema demasiado humano.
Acerca de la realidad e historia de nuestras villas de extrema pobreza, el escritor Demián Konfino –hombre de esas villas que ha estudiado como ninguno su historia y su gente– acaba de escribir un libro esclarecedor en todo sentido: Patria Villera. Es la historia de Teófilo Tapia, el habitante más viejo de la Villa 31. Allí está la realidad: sus trabajos desde el comienzo, sus luchas, sus sueños, su solidaridad y la realidad actual. Un libro para que leamos los argentinos y nos miremos al espejo.

sábado, 5 de abril de 2014

UNA CONFRONTACION SIILENCIOSA

Por Bernardo Kliksberg *
Doscientas mil personas son actualmente los dueños, según un banco suizo, de casi la mitad del producto bruto mundial; el 50 por ciento, 3500 millones de personas, tienen sólo el uno por ciento. Mientras el uno por ciento más rico ganó en 2013 1746 millones de dólares promedio cada uno, los pobres recibieron menos de 1000. Tienen insuficiencias alimentarias, viven en tugurios lóbregos, carecen de agua potable, no tienen instalaciones sanitarias; los niños tienen que trabajar desde muy pequeños y la gran mayoría deserta de la escuela.
Las desigualdades resultan de determinadas políticas. Hay políticas que las aumentan y otras que las reducen. Los ciudadanos de América latina lo saben muy bien. Durante las dictaduras militares y los ’80 y ’90, en donde primaron los modelos económicos ortodoxos, vieron cómo aumentaban y hacían crecer la pobreza.
Se ha intentado legitimar el aumento de las desigualdades mediante paradigmas para los cuales son “inevitables para el progreso” o “sólo una etapa transitoria mientras se produzca el derrame”, y “atacarlas generaría el caos”.
No importa que la realidad haya desmentido dichos paradigmas, ha habido un “negacionismo sistemático” de las evidencias en contrario.
Los latinoamericanos vivieron sus efectos y por eso reclamaron en todo el continente, por diversas vías, economías que dieran respuestas colectivas y redujeran efectivamente la pobreza y las desigualdades. Se pusieron en marcha y, si bien falta mucho, las cifras cambiaron. La pobreza bajó de más del 40 por ciento al 28 para toda la región, mucho menos en algunos países. En ellos –como entre otros Argentina, Brasil, Uruguay– millones de personas salieron de la pobreza y se ampliaron las clases medias.
No “llovió inclusión”, sino que hubo reformas sociales profundas apoyadas por la mayoría de la ciudadanía, que significaron ingresar en otro paradigma diferente del pregonado por el uno por ciento más rico.
Por debajo de los grandes debates sobre políticas, hay hoy una confrontación silenciosa de paradigmas.
Así, entre otros aspectos, para el paradigma dominante en los ’90, que seguía puntillosamente el llamado consenso de Washington sobre cómo debía conducirse una economía, la pobreza era en definitiva parte de la historia. “Pobres hubo y habrá siempre”, decían algunos de sus líderes, a pesar de que no debería haberlos en una América latina que, además de un subsuelo inmensamente dotado de materias primas estratégicas, tenía la tercera parte de la superficie disponible para el cultivo sustentable y la mayor proporción de recursos hídricos renovables del mundo. Para la ortodoxia es inadmisible que haya crecido el gasto público en la región en la ultima década, más allá de que ello significó acercarse a lo que representa en los países más de-sarrollados y a que la mayor parte del crecimiento fue en inversión social, central para reducir la desigualdad.
El paradigma que propugna políticas de recorte profundo del gasto público enfatiza a voz en cuello cuánto va a significar ello en ahorro de recursos y reducción de déficit que “tranquilizará a los acreedores”, pero no es nada transparente respecto de los costos que ello representa para la vida diaria de la gente.
Estudios sobre Italia, España y Grecia encontraron que el aumento del desempleo al que contribuyó la receta de retracción del gasto público incidió en un aumento de la tasa de suicidios en los tres países.
Las obras incluidas en la Colección Cuestionando Paradigmas, que Página/12 publicará a partir del domingo, están dedicadas a confrontar paradigmas que se presentan con frecuencia como la “verdad infalible” frente a la cual toda pretensión de crítica sería anacrónica y técnicamente inaceptable.
No les interesa discutir evidencias, están mucho más confortables en la mera discusión sobre dogmas.
Tratan de que el debate permanezca siempre en los términos que lo plantean como “esto es una elección entre la libertad, el libre mercado o el populismo”, “la pobreza se combate con crecimiento, no con programas sociales”, “los programas sociales son asistencialismo”.
Se ven en dificultades serias cuando se les cambia el marco del debate. “La elección es entre economía para unos pocos o economía inclusiva”, “debe promoverse el crecimiento, pero no basta para eliminar la pobreza”, “los programas sociales participativos, y con buena gerencia social, empoderan a las comunidades pobres”.
Pero, sobre todo, tratan de eludir toda discusión ética seria sobre los resultados finales de lo que se está proponiendo. La ética “fastidia” a la economía ortodoxa. Trae mucho “ruido”, con su énfasis en los “muertos y heridos” que deja a diario en el camino. Para que no moleste se presenta a la economía como una cuestión “puramente técnica”.
Las políticas públicas cambiaron en muchos países de América latina, pero los cambios culturales son mas difíciles de hacer y más lentos. Los paradigmas ortodoxos siguen muy vigentes, desconociendo la crisis mundial de 2008/9 que mostró sus insuficiencias estructurales, negando sus causas, relativizando los niveles de desigualdad y pobreza y diseminando a diario estereotipos, prejuicios, mitos y falacias sobre los pobres y las políticas de cambio.
Parte de la lucha por construir países para todos pasa por “dejar al rey desnudo”, confrontando con hechos concretos las lógicas subyacentes en las doctrinas “infalibles” en que se ha tratado de inculcar en los ciudadanos en las últimas décadas.
La colección que empieza este domingo se dedica a hacer esa tarea de crítica desmistificadora, al mismo tiempo que a presentar, como siempre lo he hecho en toda mi trayectoria, experiencias y propuestas alternativas.
En la primera obra se introduce la presencia de Los parias de la Tierra; en la segunda se muestra Una lectura diferente de la economía; en la tercera, Discutiendo lógicas, se reexploran temas claves; en la cuarta, Otra economía es posible, se indaga sobre su perfil y, en la última, se trabaja sobre Herramientas para construir una economía con rostro humano.
Es posible salir del “túnel de la desigualdad y la pobreza” en que está atrapado gran parte del género humano. No es un destino irremisible de la historia. Pero para avanzar hacia una libertad real, en donde libres de pobreza los seres humanos puedan desarrollar sus capacidades a plenitud, es imprescindible librar la lucha por el conocimiento de la realidad. Ese conocimiento fue casi condenado a la “clandestinidad” por el paradigma ortodoxo. Es necesario recuperarlo.
* Gran Maestro de la UBA. Presidente de la Red Latinoamericana de Universidades por el Emprendedurismo Social. Este artículo está basado en la Introducción a la Colección Bernardo Kliksberg, Cuestionando Paradigmas, que Página/12 publicará a partir del próximo domingo.